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LAS CIUDADES EN LA ERA DEL MIEDO

  • ADRIAN BECERRA
  • 31 ene 2017
  • 5 Min. de lectura


Tiempo atrás, será cuestión de un par de años, el esquema de desarrollo de nuestras ciudades reconoció un camino diferente. En la búsqueda de re-densificar los centros urbanos se opta por dejar de producir -en cierto porcentaje- comunidades cerradas de casas y casitas en terrenos en las periferias de la ciudad, por la construcción de comunidades cerradas de torres de departamentos dentro de la ciudad, en zonas accesibles, con servicios e infraestructura urbana inmediata. Si bien esta decisión puede ser benéfica para el crecimiento de la ciudad hacia un centro urbano con mayor densidad habitacional y de servicios, el tema que en realidad me hace cuestionar el futuro desarrollo de nuestra sociedad es un adjetivo en común entre los esquemas citados previamente: "Comunidades cerradas".

Vivimos una era de miedo, terrorismo, crimen organizado, confrontaciones civiles, represiones autoritarias; un constante estado de violencia e inseguridad cotidiana. Y las ciudades que construimos responden de alguna manera a esta densa niebla. Si entendemos la arquitectura como un medio que da forma, cuerpo y presencia real a las aspiraciones, los vicios y los miedos de una sociedad específica: ¿cómo es entonces la arquitectura que se construye bajo la influencia de esta paranoia e indiferencia colectiva? Ante un ambiente de dichas características la reacción natural es siempre la misma, desde la membrana citoplasmática que conserva el equilibrio entre el interior y exterior de la célula, hasta los muros fronterizos: la división y barrera que deja fuera aquel objeto de amenaza. Sin embargo a diferencia de un sistema orgánico, biológico, donde por naturaleza existe una membrana que separa entre lo que debe y no debe entrar, basado en el equilibrio químico de los organismos, uno no puede aplicar la misma regla a un sistema social que de natural no tiene mucho pues se ha creado con el paso de los años por personas como cualquiera de nosotros sin ningún poder divino de ordenamiento de la naturaleza. Al final de cuentas las sociedades en que habitamos son simplemente enormes y complejas instituciones que como cualquier otra, es corruptible y rara vez equitativa u objetiva cuya maquinaria suele ceder ciertos privilegios a unos u otros grupos de poder. Un sistema lleno de variables y diversidades impredecibles.


Desafortunadamente la arquitectura que hoy da forma a nuestras ciudades, están respondiendo de manera automática a esta necesidad de segregar mas no de seguridad. Cada vez son más los oasis fortificados que surgen en el horizonte, atractivos edenes que acarician y seducen las más profundas aspiraciones de nuestra sociedad. Parece ser cada día más necesario marcar la línea entre unos y otros. En la obsesión por el encerramiento, el control y la seguridad, estamos construyendo cápsulas a diferentes escalas. Mientras más ajeno al exterior podamos estar, mejor. Estamos viendo entonces el auge de las civilizaciones capsulares sin detenernos a reflexionar y darnos cuenta que es ésta misma solución la semilla de un futuro más violento e inseguro.

Sin ahondar en la creciente dualidad e inequidad social de las ciudades, fenómeno que con un simple vistazo histórico demuestra no ser sostenible y ser el origen de la violencia las guerras por el poder, estamos optando por el individuo y la indiferencia donde uno puede pasar del sillón de su sala al cubículo del elevador y posteriormente al interior de su vehículo sin siquiera tener que atravesar una sola área común y mucho menos cruzarse con cualquier "otro" en su camino. Parece ser que mientras menos espacio se tenga que compartir con los demás mayor será la calidad de vida. La simple idea de tener que cruzar un "buenos días" con un vecino nos pone los pelos de punta. ¿Que sucederá entonces con los niños que crezcan dentro de estas atmósferas? La arquitectura, como escenario en que se desarrolla la vida de las personas, tiene una influencia determinante en la manera de relacionarse de las mismas. Lo cual genera un hábito que termina siendo una educación tácita. Indiferencia apatía y miedo por el otro, aquel ajeno indeseable.


Si no cambiamos estos hábitos, la tolerancia y el respeto serán cada vez valores más ausentes y sin darnos cuenta estaremos sembrando y regando la semilla de la violencia y la inseguridad. La única forma real y sostenible de construir una sociedad de respeto y tolerancia es a partir de la unión y la convivencia, del compartir y de entender la otredad; por el contrario la segregación y la discriminación, por más que no la queremos ver, nos lleva por el camino equivocado.


"Mayoría de EU rechaza construir muro en frontera con México" encabeza esta mañana un mensaje del servicio de noticias por celular, Carlos Fuentes en su último discurso en el auditorio nacional sitúa a la "otredad" como el símbolo de nuestra era, ese interés por aquel que no soy yo ni mi circulo cercano inmediato. Y es que curiosamente es evidente la creciente tendencia hacia la tolerancia y la diversidad, en un momento de interconexión global sin precedentes el respeto hacia los derechos y libertades del "otro" parece estar tomando importancia en el discurso cotidiano. Apenas hace 50 años en nuestro país la represión violenta hacia los movimientos sociales y manifestaciones era una acción política "normal" y casi aceptable, hasta que un día se les pasó la mano. Hoy en día, aunque esta fuerza desmedida siga siendo el vehículo y la herramienta del control, ya es una medida completamente despreciada y abucheada por las mayorías. Por ejemplo, es difícil simplemente encontrar o conocer personas que en su sano juicio aplaudan y comulguen con las ideas de represión y discriminación, o al menos no lo hacen públicamente. Quizá sea entonces una cuestión de congruencia y "poses" entre lo que se dice y cómo se actúa. Resulta muy fácil hablar de valores y derechos humanos en fronteras lejanas y situaciones ajenas. Pero si por alguna parte hemos de empezar es por uno mismo y su contexto inmediato. La solución no es el resguardo y el aislamiento. Una sociedad sana debe estar basada en la convivencia, la comunicación y lo comunitario. Nuestras ciudades por lo tanto deben promover estos principios en todas sus escalas posibles, la arquitectura debe provocar el roce social y fortalecer los lazos comunitarios.

Las largas murallas que resguardan los cotos y fraccionamientos deben borrarse, la ciudad debe fluir nuevamente entre las casas y tejerse con los barrios. Los jardines, terrazas y amenidades de los nuevos desarrollos deben ser parques e infraestructuras de servicio público. Tal vez es mucho pedir, pero aunque sea, por favor, no permitamos que se pueda pasar una vida en un edificio sin siquiera llegar a conocer a tus vecinos.


No tengamos miedo, si nos conociéramos mejor los unos a los otros descubriremos que no somos tan diferentes ni tan salvajes.


Mimi Zeiger, Maximum Maxim MMX, 2010 https://www.youtube.com/watch?v=ooEj-xI00mo

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